Mi convivencia con Totana es y ha sido desde el primer momento creativa, pues es una ciudad plena de arte, sensibilidad artística y amor a las letras. Es por ello que vivo en el ambiente que me gusta, sencillo y amable, que me permite crear vida con el uso de la palabra escrita. Sin duda por ese amor al arte de esta pequeña ciudad existe un auténtico museo al aire libre de la obra de un gran escultor murciano, a la par que otras obras de dos de sus hijas y una de su padre.
Cuando vine, un amigo me llevó a La Santa, lugar que ya conocía y al ver el Corazón de Jesús le dije que parecía uno de los muchos monumentos que en su día hiciera el gran escultor Nicolás Martínez Ramón, hijo de otro grande llamado Anastasio Martínez Hernández. En realidad aquello ya lo había visto yo en otras ocasiones, pero el descubrimiento fue cuando me enseñó el Vía Crucis.
No imaginé que en un lugar pequeño hubiera una obra de esa calidad y categoría, catorce imágenes correspondientes a las estaciones de la devoción, plenas de dulzura y sensibilidad. Líneas modernas, suaves y delicadas que acariciaban la vista del que las contemplaba. Pero cuando llegué ante ese Cristo Crucificado sin cruz me extasié. Un Cristo que está crucificado en el espacio, sobre el infinito azul del cielo, una concepción para mi inaudita que me dejó totalmente anonadado. Desde entonces han sido varias las veces que he subido a pasear por ese caminico y contemplado las inolvidables imágenes.
Supe de su autoría y recordé, tras muchos años fuera de Murcia, que conocía a Anastasio Martínez Valcárcel, cuyo padre era primo del de un amigo mío, si bien era un conocimiento superficial. Estudié algo de su obra y el Vía Crucis me seguía fascinando por su modernidad, realismo de suaves formas y patetismo a la vez. Me sorprendió además de esta obra la juventud del autor, pues aún no había cumplido la treintena y ya tenía perfectamente definido su estilo escultórico y las técnicas a emplear.
Con el paso del tiempo he ido conociendo y amando más a Totana, a la par que descubría nuevas esculturas urbanas de este escultor, tan fáciles de distinguir por su definido estilo como si estuvieran firmadas con enormes letras. Los grandes escultores son fácilmente reconocibles como las de todo gran artista, pues todas tienen la impronta del autor, como nos es fácil reconocer un Greco, un Goya o un Salzillo.
Conforme he ido caminando por las calles y plazas de Totana he ido viendo esculturas con sello propio y con un material que es característico de este escultor del que hablo, la llamada "piedra artificial". Esta técnica permite al escultor trabajar la estatua con un material de los llamados blandos para hacer un molde del que sacar un negativo en caucho o escayola, que se rellena de hormigón blanco. La dificultad para el artista es la misma, no obstante este sistema permite un abaratamiento de costos que hace más asequibles a los ayuntamientos las obras de este genial autor.
Cualquiera que contemple la escultura de la rotonda del agua, la de La Turra con el escudo, la del alfarero, la Romería de San Roque y tantas otras, verá fácilmente que la autoría es la misma, las líneas suaves y originales, la concepción singular de este artista las hacen fácilmente reconocibles. Nos muestras muy a las claras el profundo conocimiento del arte y sus técnicas, algo lógico en alguien con un curriculum académico como el suyo.
Probablemente lo que primero llamó mi atención fue la decoración de la puerta de los salones de la parroquia de las Tres Avemarías, a la vez que unos angelotes de dulce y orondo aspecto, que denotaban a las claras su autoría. En sucesivas visitas he visto que en esta iglesia hay de esta artista imaginería religiosa, pintura al óleo, retablos y hasta vidrieras hechas por su hija Blanca y pinturas de su otra hija María Luisa.
Posteriormente y a lo largo de casi treinta años he ido viendo nuevas incorporaciones al embellecimiento del casco urbano debidas al mismo escultor. He contado de memoria las que conozco, que supongo que no son todas, y me salen casi setenta, lo que da una idea de la aportación de este singular artista a la belleza de la ciudad, a la par de la afición de la ciudad por este escultor.
Anastasio Martínez Valcárcel nació en la ciudad de Murcia en julio de 1941, en la casa en la que estaba instalado el taller paterno, que condicionó su infancia y sin duda su inclinación por el arte, pues domina muchas disciplinas artísticas. Estudió en el colegio de los Hermanos Maristas y colaboró como aprendiz desde niño en el taller que fundara su abuelo Anastasio Martínez Hernández y que dirigía su padre Nicolás Martínez Ramón. En dicho obrador y bajo la dirección de su abuelo se formaron escultores de la talla de José Planes, Clemente Cantos, Lozano Roca, Nicolás Martínez Ramón y muchos otros, dominando todas las artes decorativas.
Disciplinado desde niño en el valor del esfuerzo, el trabajo y el estudio, abandonó el colegio a los catorce años, completando su formación práctica con la formación en las disciplinas de dibujo y modelado en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, teniendo como maestros a su propio padre y a Enrique Sánchez Alberola, de los que el artista nunca ha olvidado sus enseñanzas.
Trabajando en el taller paterno asistía a clases nocturnas e la Escuela de Artes y Oficios Artísticos en la Plaza de Santo Domingo, bajo la dirección de José Séiquer y teniendo como profesores a Mariano Ballester, Francisco Val y González Moreno.
En 1961 ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos, de Valencia, teniendo como maestros a Adolfo Ferrer, Gabriel Esteve, Francisco Lozano, Luis Bolinches y Octavio Vicent, asistiendo también al Círculo de Bellas Artes valenciano.
Becado por la Diputación Provincial de Murcia realizó los últimos cursos de la carrera y el Profesorado en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, en la capital de España, acabando en 1966.
En 1967 realizó un viaje de estudio por España, Francia e Italia, visitando los mejores museos y aprendiendo de las obras de los grandes maestros europeos, lo que fue definiendo su forma de entender la escultura, con un concepto expresionista y liberalizador de las formas.
Su producción artística se cifra por encima de las mil quinientas obras de distintas disciplinas, en las que prima la escultura con un concepto personalísimo, repartidas por toda la geografía hispana y en el extranjero.
Dudo mucho que haya pueblo o ciudad en el mundo que contenga en sí misma tanta obra de un solo autor como pasa en Totana con Anastasio Martínez Valcárcel, pues en sus calles y alrededores podemos ver un auténtico museo al aire libre del genial escultor. Gloria a Totana y al artista.
Mientras tanto, Anastasio Martínez Valcárcel sigue siendo un joven a punto de cumplir ochenta años pleno de inspiración y creatividad porque sigue trabajando.